No importa si eres católico o no, si eres creyente o no, todos los humanos sentimos la resurrección en nuestro corazón, el renacer de nuestra vida ante los embates, los fracasos y los errores. Todos luchamos entre las oscuridades y la luz y, todos necesitamos de la redención.
El Cristianismo es una de las pocas religiones que nos ofrece ese renacer. Jesús, el crucificado, muere en la cruz para salvarnos. Nos ofrece su muerte para resucitar. La vida triunfa sobre la muerte, las caídas son redimidas por la esperanza y el amor. El Cristianismo es la religión del amor, la fe y la esperanza.
Estos sentimientos profundos parecen haber calado en el corazón de un hombre especial, Antonio Gaudí, quien con su fe profunda y su entrega de trabajo, dedicó parte de su vida a la construcción de la iglesia más grande de la Cristiandad, La Sagrada Familia, y murió en plena tarea, por eso es llamado el «Arquitecto de Dios».
El Vaticano anuncia, en estos días, que bajo la consideración del papa Francisco, Antonio Gaudí se convierte en Venerable.
Nació el 25 de junio de 1852, y desde pequeño padecía reumatismo, era retraído, y cuando adulto fue vegetariano y practicó ayunos que lo llevaron a situaciones místicas y también a situaciones de salud muy críticas.
Se recibió en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, en 1878. Había trabajado de delineante para varios arquitectos, pero al recibirse, comenzó a hacer trabajos siguiendo sus propias ideas, buscando nuevas soluciones, con un estilo inclusivo, globalista, donde asimilaba otras artes y oficios.
La geometría, el volumen, el concepto tridimensional de las obras, el trabajar sobre maquetas más que con planos, y el improvisar sobre el terreno, lo configuran un arquitecto particular, con un estilo que excede el Modernismo de la época.
Toda su obra esta marcada por la pasión a la arquitectura y sus nuevas búsquedas, el amor a su tierra catalana y a la religión.
Su trabajo modernista y audaz en la Exposición Universal de París, en 1878, le valió la amistad y mecenazgo del industrial catalán Eusebi Güell, con quien realiza numerosos trabajos.
Fue, sin embargo en 1883, cuando continua las iniciadas obras del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, que Gaudí empieza a cambiar el rumbo arquitectónico del proyecto y a dar rienda suelta a su imaginación y a las teorías que concebía, y en 1915, decide dedicarse por completo a la ejecución de esta obra que ya había alcanzado proporciones importantes.

Vivía en el taller de la construcción. Mientras levantaba la Sagrada Familia convocó a una gran cantidad de profesionales en diversos campos y se unió a varias instituciones religiosas: El Círculo Artístico de San Lucas, la Liga espiritual de la Mare de Deu de Montserrat; vínculos que reavivaron su sentimiento conservador y de fuerte nacionalismo catalán, además de acrecentar su profundo espiritualismo.
La diversidad de obras creadas: el Parque Güell, la Catedral de Palma de Mallorca, la Casa Milla, hacen que su fama se acreciente y en 1910 se celebra en el Grand Palais de París una exposición dedicada a Gaudí que le consagra internacionalmente.
En 1915 Gaudí confiesa: «Mis grandes amigos están muertos, no tengo familia, ni clientes, ni fortuna, ni nada. Así puedo entregarme totalmente al Templo».
Concentrado en su profunda religiosidad, viviendo una vida casi ascética, se dedica a concebir los aspectos mas difíciles del templo. Inspirado en la naturaleza, concibe la gran bóveda de la iglesia como un bosque. Acelera sus soluciones estructurales que vuelca en esta obra maestra. Esta visión orgánica y espacial es parte de su visión espiritual, de elevamiento y perfección, de allí su concepto de la arquitectura:
«La arquitectura es el primer arte plástico, la escultura y la pintura necesitan de la primera. Toda su excelencia viene de la luz. La arquitectura es la ordenación de la luz»
Él mismo diseñó muchas de las esculturas de la Sagrada Familia, donde llevó un estudio anatómico detallado.
Sus conceptos estructurales y su estilo organicista culminan en este templo de cruz latina, cinco naves centrales y ábside con siete capillas, y doce torres en relación a los doce discípulos. Son tres las fachadas una dedicada al Nacimiento, las otras a la Pasión y Gloria de Jesús.
El templo tendría dos sacristías junto al ábside, rodeado de un claustro pensado para procesiones y las Escuelas de las Sagrada familia, edificio destinado a los hijos de los obreros que trabajaban en el templo.
El simbolismo envuelve la iglesia acentuando el sentido religioso. Durante su vida alcanzó a terminar la cripta, el ábside y la fachada del nacimiento, además de algunos detalles de las torres.
Su obra quedó inconclusa a raíz de su muerte acaecida el 10 de junio de 1926, atropellado por un tranvía.
La Sagrada Familia es su obra maestra, además del compendio de sus hallazgos arquitectónicos, la simbiosis de sus ideas naturalistas y religiosas, la armonía entre lo estructural, lo decorativo, la luz y el espacio.
A su muerte retornaron el trabajo diferentes arquitectos, con sobresaltos económicos, pero durante un tiempo la fama de Gaudí quedó opacada. Sin embargo, resurgió ante diversos reconocimientos. Salvador Dali, en los años cincuenta, impulsó la presentación del arquitecto en Nueva York; más tarde, la Unesco reconoció, muchas de sus obras como Patrimonio de la Humanidad, entre ellos La Sagrada Familia, de la que actualmente una Junta se ocupa de la conclusión y mantenimiento del majestuoso edificio.
En estas Pascuas, el papa Francisco ha reconocido las virtudes, la espiritualidad y la dedicación de Antonio Gaudí en el diseño y construcción de la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona y lo ha nombrado Venerable, según información del Vaticano.
En lo pocos escritos que han quedado, Gaudí manifiesta sus estudios sobre los edificios religiosos, y muestra sus conocimientos y entrega a los misterios de la fe cristiana.
El arzobispo de Barcelona, el cardenal Juan José Omella, comenta: «La obra de Gaudí nos sitúa en la grandeza de la trascendencia de Dios, pues con su profesión, el logra plasmar la fe tan fuerte que tiene».
Asimismo, comenta cuánta gente no creyente se emociona al entrar a la Sagrada Familia.
Según testimonios, Gaudí, comprendía la magnitud de la obra y sentía que era una misión encomendada por Dios, por eso su concentración en la obra y su mayor espiritualidad.
Lo revelador y trascendente es que Gaudí consideró el arte como una entrega a Dios, como una misión para acercar los hombres al Señor para que conozcan su profundo mensaje.